tren terror

Como no dejo de perfeccionarme, encontré la forma de mejorar este relato. Aquí va la nueva versión:

En esta ocasión les traigo otro cuento de terror de mi autoría:

Paren el tren

El incesante gorjeo de los pájaros, me despertó incluso, antes de que el sol invadiera mi ventana con sus rayos. Abrí los ojos muy despacio. Mientras emergía lentamente al mundo real, así también, las siluetas, al principio borrosas, de las aves, comenzaron a tomar forma.

Pero en cuanto me incorporé en la cama, aquellos animales se apresuraron en levantar vuelo. Los observé alejarse mientras me vestía. Por un momento pensé qué divertido sería tener semejante libertad.

Parecía un día como cualquier otro. Pero estaba emocionado, porque mi abuela me estaba llevando por primera vez a tomar un tren. Yo tenía sólo cinco años y no entendía muy bien de qué se trataba todo aquello.

Mi abuela me explicó que los trenes servían para hacer viajes. Me gustaba la idea. Pensé qué lindo sería hacer un viaje… un largo viaje… Pero algo interrumpió mis pensamientos: el sol de la mañana ya no nos acompañaba. Ahora unas nubes grises asaltaban el cielo. Siempre me pasaba lo mismo: Cada vez que me sentía contento, algo malo pasaba. Era como si alguien (¿Acaso Dios?) quisiera castigarme por ser feliz…

Pasamos primero por un lugar donde sólo había una pared con muchas ventanas. Me pareció algo extraño. Mi abuela se acercó a una ventana y habló con un señor que estaba del otro lado. No entendí mucho lo que dijeron. El señor le dio un trozo de papel.

Continuamos caminando por la estación. Los pájaros, con su negra silueta, rompían la monotonía de ese cielo gris, que amenazaba con arruinar aquel día. Estos pájaros, sin embargo, eran diferentes a los de antes.

-Abuela -señalé hacia arriba- ¿Qué pájaros son esos?

-Son golondrinas, mi amor.

-¿Y a dónde van?

-Bueno -hizo una breve pausa, quizás buscando las palabras, para explicarme de una forma que yo pudiera entender- cuando llega el invierno, se van a otro lugar donde sea verano.

-¡Qué bonito! -Mi corazón pegó un salto al tratar de imaginarme cómo sería una vida así. Volví a pensar en la libertad de los pájaros. ¡Qué lindo sería! Ser capaz de, simplemente, volar. Volar lejos de los problemas, lejos de unos papás siempre enojados. Volar hacia un lugar donde siempre sea verano…

Luego pasamos por un lugar donde otro señor, que parecía policía, le hizo un agujero al papel con un extraño aparato. Me pareció que estaba mal, pero mi abuela no dijo nada.

Entramos en el andén y mi abuela me enseñó el tren que estaba parado justo allí. Algún que otro pasajero subía o bajaba, pero no había mucha gente.

Subí las escaleras del tren, sin reparar en el hecho de que mi abuela se había quedado en el andén. Recorrí el pasillo. El color del tapiz de los asientos asaltaba mis ojos y no podía despegar la mirada de ellos.

Aún me encontraba observando todo aquello, cuando el tren comenzó a moverse, al principio lentamente. Me acerqué a la ventanilla, como tratando de averiguar qué estaba pasando.

-¡Paren el tren!¡Paren el tren! mi abuela corría desesperadamente por el andén, y movía sus brazos en todas direcciones, con la esperanza de que alguien la viera o la escuchara. Pero no parecía haber nadie cerca.

El tren avanzaba cada vez más rápido. Pronto abandonaría la estación. Yo me asomé por la ventanilla. Estiré mis brazos, tratando de alcanzar los de mi abuela, pero la distancia que nos separaba parecía un abismo insondable. Pero entonces me puse a pensar sobre ello. ¿Era realmente así?¿Estábamos tan lejos?¿Y si no era así? Quería creer que no. No, no podía ser así. Yo era de los buenos, y los buenos siempre ganaban ¿No?. Así lo decían los superhéroes de los dibujos animados y ellos nunca mentían. Sí, yo debía poder llegar hasta ella… de alguna forma.

-Entonces recordé a los pájaros. Ellos eran libres, así que yo también podía serlo, si quería. Sí, esa era la solución. Sólo tenía que abrir mis alas… y volar… volar hacia la libertad. Y así lo hice. Volé.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. No puedo distinguir el día de la noche. No logré aún encontrar ese lugar donde siempre es verano. De hecho, hace mucho frío y está muy oscuro. El olor a tierra y humedad impregna mi nariz. A veces siento unas cosas muy pequeñitas haciéndome cosquillas en la panza. Pero me conformo con saber que mis problemas, al fin, se han acabado.

FIN


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